SIENTO MUCHÍSIMO EL SILENCIO DE ESTOS MESES.

Ya sé que no he estado por aquí durante algún tiempo, pero a veces es mejor no luchar contra el destino y guardar silencio cuando tu voz se ahoga. Pronto, sin embargo, volveré a llenar de palabras las lagunas desiertas de mi alma. Hasta entonces, un abrazo.



























































































































































































































































martes, 7 de septiembre de 2010

CAPÍTULO X

A algunos demonios de mi pueblo les pasaba lo que a Nietzsche en su momento, nacieron póstumos. En serio. Y si no, qué me decís del Cabaco. Sí, sí, el Cabaco. No me preguntéis por qué se llamaba así ni quién le puso el mote, a lo mejor hasta era un apellido, pero creedme muy poca gente se hubiese atrevido a preguntárselo.
Pues bien, el susodicho con ocho años tenía la voz más cascada que Joaquín Sabina después de un concierto y cuatro cubatas. Era algo extraordinario oír hablar a aquel matoncillo de poco más de un metro, delgaducho y con cara de quien tiene al universo entero por enemigo. Da igual lo que dijese, tú te quedabas con cara de póker preguntándote si aquella voz gutural que parecía emanar de las mismísimas profundidades de la tierra podía proceder realmente de aquella figura tan poco creíble como la mala leche con la que el tío repartía a cualquiera que no se defendiese bien.
En realidad, el cabaco no era de mi barrio sino del barrio de los indios. Y si ahora que habéis leído algo de mi barriada pensáis que era un sitio chungo, imaginaos cómo sería un lugar al que todo el mundo conoce como los indios. Pues eso, chungo, chungo, pero chungo. El entretenimiento favorito de los indios en verano consistía en dar palizas por las noches a los incautos veraneantes que se cruzaban en su camino. Y como ellos salían de “caza” casi todas las noches, pues era rara la ocasión en la que no se encontraban con nadie. Evidentemente, a medida que fueron creciendo las cosas se pusieron más y más feas, de modo que pronto la cárcel y las denuncias formaron parte habitual de su día a día.
Debo reconocer que nunca tuve ningún enfrentamiento serio con ningún indio, de hecho, muchos de ellos fueron compañeros de colegio y algunos casi amigos, pero en aquella época para mí el barrio de los indios era una especie de universo paralelo donde las fuerzas del mal se reunían para tramar todo tipo de fechorías y para condensar la maldad del mundo. Cada vez que por algún motivo tenía que pasar cerca de allí me preguntaba si en aquella ocasión, al fin, los tigres de bengala de aquel barrio carnicero se decidirían a acabar conmigo o si tendría suerte una vez más y conseguiría salir indemne de aquella terrible prueba del destino. Era tanto el miedo que tenía a pasar por allí, que a veces daba rodeos atravesando los pinares durante más de veinte minutos para evitar la zona cero de mis terrores. Sin duda era más seguro atravesar una zona solitaria donde cualquier psicópata con una sierra eléctrica me hubiese podido hacer pedacitos o raptarme para vender mis órganos en cualquier mercadillo, que cruzar el barrio de los indios, donde sólo dios sabe qué podrían haberme hecho si me hubiesen atrapado.
Cuando hoy vuelvo la vista atrás y me encuentro con algunos de aquellos que formaron parte de mi infancia, me alegro de que hubiesen estado allí entonces. A pesar de mis miedos, aprendí que hablaban entre ellos igual que en mi barrio, que comían, bebían, jugaban y se peleaban como nosotros. También sangraban cuando les dabas una pedrada en la cabeza y algunos hasta lloraban, os lo juro. Por desgracia, no siempre tuvieron una madre con una zapatilla en casa esperándolos para reñirles por haberse portado mal o por volver tarde y con un dedo roto; muchos de ellos jamás supieron lo que significaba que alguien se preocupara por ti, se desvelase preguntándose si estarías bien o si te habías lavado detrás de las orejas. Cuando hoy vuelvo la vista atrás, me pregunto si tal vez no serían tan malos porque querían llamar desesperadamente la atención y no conocían ningún otro modo de hacerlo.
Hoy la noche es desapacible, un viento húmedo merodea sobre la ciudad amenazando lluvia mientras los espejos rotos de un cielo plomizo y pesado parecen querer volcarse sobre los pocos transeúntes que desgranan la madrugada de las calles somnolientas. Hoy me siento triste. Solo dios sabe cuántos “indios” habrá por esos mundos buscando una identidad en las ciénagas de la violencia…

5 comentarios:

  1. Cuando miro hacia atrás y recuerdo los "demonios" de mi infancia, me rio con ternura. Esos terrores a personajes inventados o que de boca en boca nos íbamos contando, con la seguridad de que era verdad y por supuesto nos creíamos a pie juntillas, se han ido tranformando en demonios malvados, mayores de edad que nos siguen a todas partes y que hasta se parecen un poco a nosotros.
    Los demonios de nuestra edad somos nosotros mismos, la vida va cubriendo nuestra inocencia con el duro pellejo de la malicia. Aprendemos del día a día , de los golpes que nos llevamos y con ello va creciendo nuestro diabólico traje. Nadie quiere enseñarlo, pero por desgracia todos lo tenemos como fondo de armario, espero que algún día deje de estar de moda.Buenas noches amigo noctámbulo.

    ResponderEliminar
  2. Buenas noches desconocida. Tal vez por eso seamos tan desconfiados y guardemos tantos reparos a la hora de establecer relaciones nuevas. Quizás en el fondo tememos ver nuestras propias ciénagas interiores en otras caras y en otros gestos. Sin embargo, siempre he creído que junto a ese lado oscuro y siniestro que habita en todos existe un pedacito inmaculado de aquella inocencia infantil que nunca desapareció completamente. Por eso, a pesar de los pesares, podemos volver a enamorarnos de una persona, de una puesta de sol o del momento irrepetible en que un hijo balbucea sus primeras palabras. En esos instantes, querida desconocida, todos -de algún modo- volvemos a creer en la magia y en los sueños. Hasta pronto amiga.

    ResponderEliminar
  3. Querido amigo, aún guardo la candidez y la ilusión cuando conozco a una persona. Mantengo la ilusión de conocer en ella la amiga del alma que siempre me hubiera gustado tener o el amor verdadero que aún no he sentido.
    Pero el abrigo de diablo desconfiado, malvado y preparado para estar alerta, lo guardo para el "personal" que conozco,que tienen guasa, que por dlante te ponen la sonrisa y por detrás te clavan el cuchillo.
    Me gusto más siendo como soy realmente, sin abrigo, ni diablos, ni leches,... Prometo que a partir de ahora utilizaré menos esa dichosa prenda, ¡ahí queda eso!.

    ResponderEliminar
  4. Querida desconocida, me alegra saber que aún guardas la candidez y la ilusión cada vez que conoces a una persona, eso es maravilloso. También espero que siempre seas tú misma sin abrigos ni diablos, al fin y al cabo sólo siendo nosotros mismos podemos ser felices, aunque a veces la presión del qué dirán o de si esto o aquello gustará o no a los demás nos impida lograr la plenitud de nuestro ser... buf! ya estoy otra vez con filosofías. en fin, buenas noches desconocida.

    ResponderEliminar
  5. Amigo Javi, te corroboro que 'Cabaco' no era apellido, sino apodo. Me ha divertido mucho la descripción de su voz .. jajjaa. Lamentablemente, otra vez está en la cárcel, sale el día 30 de este mes. Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar