SIENTO MUCHÍSIMO EL SILENCIO DE ESTOS MESES.

Ya sé que no he estado por aquí durante algún tiempo, pero a veces es mejor no luchar contra el destino y guardar silencio cuando tu voz se ahoga. Pronto, sin embargo, volveré a llenar de palabras las lagunas desiertas de mi alma. Hasta entonces, un abrazo.



























































































































































































































































martes, 7 de septiembre de 2010

CAPÍTULO XI

En las pelis románticas, me gustaba ver cómo ciertos momentos inolvidables marcaban la existencia del protagonista. Un atardecer imposible con fuegos artificiales de besos y ternura aparecía como el clímax ideal para una vida perfecta en la que el chico y la chica encontraban la felicidad en la sonrisa del otro. Sin embargo, cuando la peli se acababa y salía a la calle no encontraba más que hostias y más hostias por doquier, supongo que la parte de los besos se agotaba en las muchas reposiciones de las películas antiguas que mi madre y mis hermanas me obligaban a ver. Aunque reconozco que lo de los besos me parecía muy interesante. Pero lo que es en mi barrio, con suerte, acababas besando el puño del matón de turno con el que te habías topado ese día.
Eso sí, a veces las niñas te dejaban jugar al ratón y al gato y entonces sí que sí, te ponías las botas. Primero tenías que hacer el dichoso corro cogiendo las manos de una niña y del demonio que unos minutos antes había destripado una lagartija para comprobar si la cucaracha que se había zampado seguía entera o ya había sido digerida. Después tenías que cantar la cancioncita más cursi que uno pueda imaginarse “…Oh, ya está aquí, haciendo reverencias, con cara de vergüenza. Tú besarás al chico o a la chica que te guste más” y después, por fin, podías acercarte a la niña más guapa del lugar y darle un beso en la cara, aunque tú te acercabas a los labios tanto como podías por si acaso. El problema era que el demonio con arañazos en la cara y las uñas negras que estaba a tu lado te amenazaba con desollarte vivo si besabas a la chica que le gustaba y le gustaban todas, así que al final tú besabas a la que querías sabiendo que después nadie tocaría una musiquita romántica de fondo como en la tele, sino que alguien comprobaría si tus dientes y tu nariz resistían en su lugar después de varias piñas.
Lo del ratón y el gato, sin embargo, ocurría en muy pocas ocasiones. Lo habitual, como os he dicho, era reírse a costa del corrito y de la burra del Chanín. Y claro, comparado con el derroche de romanticismo que destilaban las pelis de besos, lo de mi barrio no tenía color. Hubiese sido incluso muy triste si hubiese tenido tiempo para pensar en ello, pero había que espabilar para sobrevivir cada nuevo día, sin contar con que el curioso mundo de las féminas me parecía muy lejano y algo aburrido, ¿qué gracia tenía jugar a los cromos, vestir a unas muñecas con ropa recortable o tomar un café imaginario en una mini tacita de plástico de una cocinita de pega? Si al menos les hubiesen gustado coleccionar grillos, cazar pájaros o hacer carreras de bicis la cosa habría sido distinta, pero no, no iba a caer esa breva. Ellas seguían erre que erre, a lo suyo en una especie de limbo de incomprensión que yo no acertaba a descifrar, hasta que un día, sin previo aviso, te llamaban para jugar a los besos y tú lo dejabas todo sin pensarlo, aunque tuvieses un escarabajo pelotero en una mano y un petardo en la otra, aunque supieras que después tocaba reparto de hostias con el resto de demonios del lugar. Sencillamente te guardabas lo que tuvieses entre manos en los bolsillos y te encaminabas hacia el paraíso femenino donde las niñas casi nunca olían a sudor ni tenían la cara llena de churretes ni te daban un guantazo porque estaban aburridas.
Es cierto que después nunca sonaba la banda sonora de tu vida de fondo, pero con el tiempo he aprendido que no hacía falta. No hubiese habido canción o sinfonía capaz de sustituir a aquel inolvidable “tú besarás al chico o a la chica que te guste más”.

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