SIENTO MUCHÍSIMO EL SILENCIO DE ESTOS MESES.

Ya sé que no he estado por aquí durante algún tiempo, pero a veces es mejor no luchar contra el destino y guardar silencio cuando tu voz se ahoga. Pronto, sin embargo, volveré a llenar de palabras las lagunas desiertas de mi alma. Hasta entonces, un abrazo.



























































































































































































































































domingo, 31 de octubre de 2010

CAPÍTULO XV

El peor día de mi infancia no acabó con una paliza de algún demonio de mi barrio ni bajo la cascada incombustible de los zapatillazos de mi madre, no acabó con la sangre de alguna caída ni con el mordisco (que también los hubo) de algún perro rabioso. Si hubiese sido así, al final lo habría recordado con cierta nostalgia e incluso con un poco de cariño.
Sin embargo, el peor día de mi infancia fue también el último día de mi infancia. Después de aquello reconozco que nada volvió a ser igual. Perdí las últimas gotas de inocencia que aún hubiesen podido quedarme y comprendí que en la vida, en esta vida, nacer en un lugar o en otro, en una familia o en otra puede marcar tu sino casi para siempre.
Pero aquel doce de octubre a las cinco y media de la tarde yo no lo sabía, porque aquel doce de octubre, con once añitos, mil y una pecas en la cara, pantalón vaquero tan desgastado que había sido necesario coserle unos parches en las rodillas, chaleco completito de cuadros para que durase más años y unos pelos tan largos que ya hubiese querido para sí la Presley, yo me dirigía a la peluquería Pepe como siempre, a regañadientes, porque tenía cosas mejores que hacer que estar una hora en la peluquería para hacer algo tan fútil e innecesario como pelarme. Por eso me senté como siempre en una silla del fondo después de saludar al dueño y de sentarme leyendo un viejo cómic que ya había leído cientos de veces; era lo único que me interesaba entre aquel montón informe de periódicos y revistas que se habían empeñado en resistir impunes al paso del tiempo acumulando polvo y miradas extrañas. Bueno, reconozco que había varias revistas de mujeres con poca ropa que también me llamaban la atención, pero me daba vergüenza hojearlas, no como a otros muchos clientes que no tenían ningún reparo en mirarlas e incluso en comentarlas, aunque ellos ya eran hombres de treinta, cuarenta o de más.
Tal vez la alarma debió saltar después de la primera hora, cuando todos los que estaban delante de mí ya habían terminado y el dueño empezó a pelar a clientes que habían llegado mucho después. No obstante, no le di importancia, seguí leyendo el viejo cómic de Astérix y esperando tranquilamente a que fuese mi turno.
Tras la segunda hora de espera supe que algo iba mal. Noté algunas miradas extrañas y algún que otro cuchicheo entre el peluquero y los clientes. Sin saber bien por qué empecé a sentirme incómodo y violento, tenía ganas de acabar de una vez y marcharme a casa a jugar a los trompos o a las canicas.
La tercera hora fue la más larga y terrible de todas, no entendía qué estaba pasando, por qué no me pelaba de una vez si era evidente que mi turno ya había llegado desde hacía muchísimo tiempo y por qué cada minuto me sentía más violento en un recinto rodeado de hombres que me observan en silencio y parecían cuchichear entre sí consignas indescifrables. Hubiese querido quejarme, decirle a Pepe que ya llevaba allí varias horas y que era injusto que pelase a otros que habían llegado después; también hubiese querido irme, salir corriendo sin decir nada y dejar atrás aquella situación tan desagradable, pero me daba vergüenza, no sabía qué decirle a un adulto al que había visto hablar con mis padres y que por tanto era digno de todo mi respeto y mi miedo, porque para mí los adultos eran seres sagrados y omnipotentes. De modo que seguí allí en silencio, con un extraño calor que se iba apoderando de mi cuerpo mientras fingía que leía un cómic que ya había terminado varias veces.
Y fue entonces cuando lo entendí todo de un modo casual pero funesto e implacable. Pepe llamó a un cliente porque era su turno, justo al cliente que había estado sentado junto a mí durante la última media hora. Él, sin embargo, dijo que me tocaba a mí, que ya estaba allí mucho antes de que él llegase. “No te preocupe Paco, hombre, ven tú que ahora te toca a ti” Y cuando Paco se acercó mi peluquero le explicó bajito pero no tanto como para impedir que yo lo oyera “eh que no trae dinero, zu madre vendrá mañana o la semana que viene o vete tú a zabé… y ehto no eh una caza de caridá, coño”. El tal Paco asintió en silencio, me miró de soslayo con algo parecido a la lástima, mientras yo seguía fingiendo una lectura imposible ya a esas alturas.
Me sentí tremendamente sucio, como un leproso con harapos desfilando por la alfombra roja la noche de los Óscar, quería correr y marcharme, pero estaba paralizado, inmovilizado, ahora sentía que todos me miraban y se reían, pero estos no eran los demonios de mi barrio, eran adultos y me trataban mal porque no tenía dinero, simplemente porque no tenía dinero. Finalmente, tras veinte largos y angustiosos minutos Pepe se dirigió a mí “Niño, hoy ya no voy a tené tiempo de pelarte. Vente ya otro día zi acazo, ¿vale? ” No estoy seguro, pero creo que mirando al suelo por si la tierra amablemente decidía abrirse y engullirme le dije algo parecido a “vale” mientras salía sin levantar la vista del suelo ni atreverme a mirar a ninguno de los pocos clientes que aún quedaban en la peluquería.
Cuando salí empecé a correr. No dejé de correr hasta llegar a la entrada de mi portal. Después me detuve durante unos segundos o tal vez durante algunos minutos sin pensar en nada. Subí a mi casa y cuando mi madre me vio sin pelar empezó a gritarme “Si no t´as pelao, ¿dónde lleva toda la tarde chiquillo?” Acto seguido levantó la zapatilla, pero yo no corrí, no inventé ninguna excusa, simplemente permanecí allí, en silencio, aguardando un primer golpe que no llegó nunca. “Vamo a ve, qué t´a pasao Javi que me ehtá asustando” “Na mamá, eh que había mucha gente y no ha podío pelarme” Lo dije seguido, sin levantar la vista del suelo y después me fui a mi habitación en silencio.
Nunca más se volvió a hablar de aquello, yo no quise ir a la peluquería al día siguiente ni al otro, sin querer dar ninguna explicación para ello. Desconozco cómo se solucionó todo, pero sé que nunca más he vuelto a entrar en aquel sitio. Tal vez fuese mejor así, tal vez fue justo que no me pelase aquel día, al fin y al cabo aquel hombre sólo defendía su negocio. De cualquier modo, después nada fue igual. Hubo otras muchas veces en las que sentí que alguien me miraba de una forma extraña por ser de la barriada o por no llevar un pantalón de marca o por no tener unas zapatillas que estuviesen a la moda. Nunca le reproché nada a nadie, nunca los miré con desprecio o con rabia. Aprendí a vivir con ello. Como aprendí a defenderme de los matones de mi barrio, unas veces con argucias y otras con los dientes.
Posiblemente me equivoque, como tantas y tantas veces, pero hoy creo que la verdadera pobreza no está en un bolsillo vacío sino en un alma incapaz de ver más allá del dinero de las personas.

5 comentarios:

  1. Hola noctámbulo amigo, hace mucho que no conecto contigo, pero las circustancias que me rodean se están conviertiendo en un huracán de flechas todas dirigidas a mis sentimientos. En fin no quiero regodearme en mis desgracias.
    Bravo , bravo, bravo, con mayúsculas y aplausos. Me has emocionado, has conseguido hacerme sentir como ese niño, cómo de golpé se plantó en el tremendo mundo de los mayores. He sentido con él la verguenza de escuchar que mi familia no tiene dinero, el sonrojo y el calor que por dentro sentiría al no saber si levantarse o no de aquel asiento de tortura. Sinceramente, te vas acercando, definiendo. Los capítulos anteriores (ahora me encuentro con valor para decírtelo) han sido un poco lejanos, con experiencias que quizás tú has vivido pero que difícilmente conectaban con los demás. Pero en esta noto en cambio, te has liberado de las florituras y adornos del lenguaje. Has sido sencillo, más directo y como dicen por ahí "el camino recto es el más corto". Rápida y rectamente has llegado a mi corazón

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  2. Buenas noches desconocida. Ante todo me disculpo por no haberte respondido antes, pero sinceramente me ha sido imposible; al igual que me será imposible publicar nuevos capítulos antes de los últimos días de diciembre. Espero que me perdones y que puedas tener un poco de paciencia conmigo.
    Espero que ese huracán de flechas ¿envenenadas? haya pasado ya, dejando tus emociones en calma y poblando de sonrisas todas tus mañanas. Ya me contarás, si te apetece.
    Por otra parte, sólo puedo darte las gracias por tus emotivas (y sin duda alguna exageradas) palabras. De todo corazón, me alegro muchísimo por haber conectado contigo. Cuando alguien como yo, que no sabe vivir en un mundo sin palabras, siente que su voz es capaz de emocionar a alguien más, simplemente da gracias al destino por un día tan especial. Buenas noches amiga y hasta pronto.

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  3. Hola Duque

    Estás hecho un crack, tío.

    Creo que esto tiene calidad más que de sobra para ver la luz en formato papel, sí, sí, de ese grueso que se huele, se toca y hace ruído.

    Un abrazo.

    Javier Arias.

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  4. Hola compañero, otra vez creo que exageras, pero me alegra oírte de nuevo por aquí. Ya sabes que de vez en cuando me paseo por tu mundo de palabras y que disfruto con tu rebeldía... gracias por tu apoyo amigo. De lo otro, de la edición, ya hablaremos cuando el mundo no sea capitalista, ¿te parece?. Un abrazo, Javier.

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  5. No suelo leer mucho pero esta noche tenía ganas y me he leído todos los capítulos del tirón y la verdad me recuerda mucho a mi infancia, espero con intriga los próximos capítulos y a ver si cae algo sobre personajes del barrio que aun conociéndolos me gustaría recordarlos.
    “ he bitter kas”…

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