SIENTO MUCHÍSIMO EL SILENCIO DE ESTOS MESES.

Ya sé que no he estado por aquí durante algún tiempo, pero a veces es mejor no luchar contra el destino y guardar silencio cuando tu voz se ahoga. Pronto, sin embargo, volveré a llenar de palabras las lagunas desiertas de mi alma. Hasta entonces, un abrazo.



























































































































































































































































sábado, 3 de julio de 2010

CAPÍTULO IV

Una auténtica pelea siempre comenzaba con una buena piña en la cara. Eso lo sabe cualquiera que haya crecido en el paraíso de las peleas. Sin embargo, cuando la cosa comenzaba con patadas o alguno de los rivales se agarraba al otro, la cosa se alargaba mucho y al final con suerte veías un poco de sangre en una rodilla. Pero si las hostilidades se desataban a hostia limpia desde el principio, entonces sí que el espectáculo estaba asegurado: una nariz rota, una ceja partida, un labio reventado… el catálogo de posibles consecuencias era variado y siempre muy sanguinolento. No es que yo fuese un amante de la bulla, pero en mi barrio las diferencias de opiniones casi siempre se solventaban con la ley de la selva, el que quedaba de pie ganaba. Quizá por eso cada vez que había una pelea en cualquier sitio todos corríamos como locos para presenciarla y conocer el resultado. En mi caso, además, era una cuestión de supervivencia. Tenía que conocer bien a los demonios capaces de dibujar un picasso en el universo pecoso de mi cara para evitarlos o adularlos si fuese necesario.
Un entretenimiento menos violento que el recurso a los puñetazos era nuestro inolvidable vamo a echá un caé. Es decir, de buenas a primeras dejábamos de jugar al trompo, al escondite o de tirar petardos en las papeleras para agarrarnos como judokas profesionales intentando tumbar al otro antes de que él hiciese lo mismo contigo. Era divertido y emocionante, el problema es que a veces te entusiasmabas y cuando el otro ya estaba en el suelo vencido tú le dabas una hostia o dos por la emoción, sin maldad, casi sin darte cuenta y claro, al otro que maldita la gracia que le hacía ese juego le entraban ganas de devolvértelas y como imaginaréis al final se liaba, porque a ver quién era el guapo que dejaba de tirar puñetazos a diestro y a siniestro para explicarle al otro que aquello empezó como un juego y que ya era hora de parar. Por lo general, no obstante, un caé casi siempre acababa de buen rollito y quien ganaba le explicaba al perdedor lleno de orgullo cómo había logrado tirarlo primero o cómo hizo para recuperarse cuando ya parecía desequilibrado.
Una vez llegué a mi casa con la nariz rota y un ojo morado. A mi madre no es que le hiciera demasiada gracia que digamos “pero de dónde viene así arma de cántaro quién ta echo eso” “ha sío er rafita mamá, pero yo gané er caé y creo que le roto er labio”. Después de los cuatro buenos alpargatazos que logró darme antes de que me metiera debajo de la cama, casi puedo verme secándome las lágrimas y la sangre mientras me reía por lo bajo porque me imaginaba las dos buenas hostias que su madre le estaría dando en aquellos momentos al malaje del rafita, que perdió los estribos cuando salí victorioso y no le vio la gracia a los tres guantazos que le di mientras me mofaba de él por lo torpón que había sido.
Ya sé que la violencia no es el mejor recurso para solventar los problemas, pero al guapo que haya sobrevivido en un mundo como el de mi infancia sin repartir un poco de leña de vez en cuando habría que levantarle un monumento porque o está muerto y las estatuas casi siempre se erigen para los fallecidos o es un santo. Evidentemente, a mí no me levantaron ninguna estatua.

2 comentarios:

  1. Qué diferente es la infancia de un chico y de una chica,aún más después de haber leido tu capítulo, Cuando yo salía con mis amigas ( sobre los doce o trece años), quedábamos todas en la puerta de nuestro bloque de pisos después de haber recibido por parte de nuestas madres los consejos de todos los días: que yo no te vea con niños, no te metas por callejones oscuros, no le hables a las niñas que se pintan, y por supuesto el típico ¡a las diez en casa!...y así durante interminables minutos. Cuando ya todas estábamos en la juntas íbamos parsimoniosamente por la calle al puesto de chucherias a comprar pipas, flag golosinas de 5 pesetas, corazones de melocotón y todo aquello que pudiera hacernos pasar una tarde lo menos aburrida posible.
    Pero cabía la posobilidad, aunque ninguna de nosotras lo dijémamos abiertamente, de que viviésemos un poco de emoción. Si cruzábamos la calle podríamos encontrarnos con la pandila de los chicos mayores, de los que por supuesto estábamos todas perdidamente enamoradas. Ibamos tranquilamente y cruzábamos como si ninguna nos diéramos cuenta, íbamos por las calles buscando a esos probetas de hombres en los que nosotras veíamos a nuestras futuras parejas. Y por fin llegaba el momento, al doblar una esquina aparecían ellos riéndose y diciendo obscenidades que muchas no llegáamos a entender. Nosotras por supuesto nos hacíamos las indifernetes, pero al pasar a su lado oler el cigarrillo que se acababan de fumar, oir sus risas socarronas al pasar nosotras y pararnos durante unos minutos para hablarnos: - oye, dame una chupaita de tu helao,¿no? -,- ¿os venís al callejón a jugá al escondé?- ... los nervios nos empezaban en la barriga y terminaban en lo más profundo de nuestra cabeza...todo se rompía cuanndo la pava del grupo nos decía - ¡Vámonos que nos van a pillar nuestros padres!. Eah y ahí se terminaba nuatra tarde, nos volvíamos a casa sin hablar y pensando en lo imbécil que era la mojigata esa. Quedábamos para el día siguiente y subíamos a cas con la mente en otra parte y comenzando a imaginarnos momentos y momentos con esos chicos mayores.´Qué inocentes eran entonces nuestros pensamientos, con qué poco nos conformábamos y nos sentíamos pletóricas de emoción, quién nos iba a decir lo que todavía nos quedaba por descubrir. Maravillosos momentos pasado, buenas noches.

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  2. Buenas noches otra vez desconocida. Supongo que cada uno ha tenido vivencias diferentes en función del sexo, del lugar de nacimiento o de la suerte. Muchas veces me he preguntado si las chicas tendrían también las mismas preocupaciones, los mismos miedos, las mismas preguntas que nosotros. Supongo que en definitiva sí, aunque como muy bien dices la educación de unas y otros haya sido tradicionalmete muy diferente. Buenas noches otra vez y gracias por tus palbras.

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